Comentario
La transformación del gusto que se experimentó en España durante la segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por la figura de Mariano Fortuny (1834-1874). Natural de Reus (Tarragona) y formado en la Lonja de Barcelona, viajó pensionado a Roma en 1858, tras haber presentado como mérito el cuadro de historia Ramón Berenguer III en el castillo de Foix (Barcelona, Generalitat de Catalunya).
Su primer contacto con la capital italiana -según él, "un cementerio habitado por extranjeros"-, sería, en cierto modo, decepcionante. Se encontró con el nazarenismo aún en boga de Overbeck y de Cornelius; un modo de hacer que a Fortuny le parece pasado de moda, a pesar de considerar a dichos autores como grandes hombres, y que le hacen buscar algo diferente, un lenguaje nuevo, más vital y colorista.
La guerra declarada en 1860 entre España y Marruecos fue la ocasión para que Fortuny viera facilitado ese empeño. Comisionado por la Diputación de Cataluña como cronista gráfico de la contienda, su contacto directo con el norte de Africa le descubrió, junto a las posibilidades plásticas que brindaban los sucesos bélicos, un escenario pleno de exotismo y colorido. Esta nueva visión le hizo cambiar su concepto de la pintura, ejercitándose desde el primer momento en la ejecución de apuntes rápidos, donde, a base de toques luminosos, dejaba la impronta del movimiento. La batalla de Wad-Ras (Madrid, Museo del Prado) sería el resultado de esos estudios y experiencias en el medio africano, donde también se interesó por los aspectos cotidianos y las escenas callejeras, coleccionando armas, tejidos y objetos antiguos musulmanes, a fin de reproducirlos con detalle en sus cuadros.
De regreso a Roma, después de una segunda estancia en Marruecos en 1862 y ya dotado de una técnica vigorosa y colorista, Fortuny se convierte en la figura central de la colonia española allí residente, relacionándose sobre todo con Agrasot, Moragas, Martín Rico, Ferrándiz y Zamacois.
Sería precisamente este último, seguidor de Meissonier, quien le pone en contacto con Goupil, un conocido marchante que repara en el genio de Fortuny y en las posibilidades comerciales de su obra, influyéndole para que cultive un género muy de moda por entonces en Francia: el tableautin. Se trata del cuadro de gabinete de pequeño formato, de factura minuciosa y detallista, de ejecución depurada y evocador de temas relacionados con la época dieciochesca, temas que se han identificado con el término de casacón, rememorativo de las indumentarias y del ambiente refinado y alegre del ancien regime, que tanto entusiasmaba a la burguesía novecentista.
Fortuny aporta a esta corriente una fina sensibilidad colorista, una ejecución vibrante y los efectos de su pasión por la luz. Su obra maestra en este campo es La vicaría (Barcelona, Museo de Arte Moderno), realizada entre 1868 y 1870, tema inspirado en los trámites de su propio casamiento, celebrado en 1867 con Cecilia de Madrazo, pero que plasma en estilo goyesco, y para el que posarían sus cuñados Isabel y Ricardo de Madrazo y el propio Meissonier.
En Roma, donde residió hasta 1870, llevó una intensa vida artística y social. M. Regnault (1843-1871), pintor francés que frecuentaba su círculo, llegó a calificar, a Fortuny como "el maestro de todos".
En 1870 vuelve a España y descubre Andalucía, instalándose en Granada, si bien su espíritu viajero le lleva a reencontrarse con Marruecos un año después, antes de regresar a Italia, donde muere en 1874.
A pesar del renombre y éxito alcanzado en vida, Fortuny siempre se sintió insatisfecho. Así se deduce de lo que epistolarmente comunica a su amigo Martín Rico, confesando haber decidido no hacer "ni moros ni casacas para pagarse el lujo de pintar para sí". Atrás quedaron, pues, obras tan conocidas como Coleccionista de estampas, La elección de la modelo y El jardín de los poetas, para culminar su última etapa en la línea de libertad, luminosidad y precisión que se había propuesto seguir, manifestada en cuadros como Los hijos del pintor en el salón japonés, La corrida de toros y Desnudo en la playa de Portici (Madrid, Museo del Prado).
Dotado no sólo como pintor, sino también como acuarelista y grabador, la proyección de su obra fue asombrosa. Además de influir en pintores de su círculo más cercano -Agrasot, Zamacois, Ferrándiz, Martín Rico, Ricardo Madrazo, Tapiro, Vilegas y Palmaroli-, artistas como José Jiménez Aranda y Francisco Domingo no fueron ajenos al fortunysmo, aunque supieron mantener su propia personalidad.